No estamos preparados para afrontar la finitud de la vida. Eso seguro. Pero ¿acaso estamos preparados para tratar de estirar el legado o la obra de otro más allá de nuestro ombligo? ¿Podemos hacer que aquello que nos fue ajeno, aunque cercano, que pudimos sostener con nuestra admiración o poner en duda por algún desengaño, trascienda los tiempos y las generaciones?

La muerte de César Luis Menotti me pegó fuerte, por esa desaparición física de alguien a quien tenía como fuente de conocimiento específico de su metier más notorio, pero, además, e igual de angustiante, por no poder asegurar que su obra y pensamiento vayan a trascender generaciones un poco más allá de quienes vivimos su tiempo.

Creo, y esto es brutalmente subjetivo, que esperaba una mayor repercusión del fin de su vida física en esta parte del mundo, y ello me llevó a concluir qué tan cerca en años puede quedar el fin de su singular y genial paso por el mundo del fútbol en las canchas de la vida.

Tal vez deba encuadrar ese sentimiento en este contexto: los niños y jóvenes de los 70 y 80 vivíamos en esta parte del mundo atrás de la pelota. Jugábamos en canchas, calles, parques y cualquier espacio verde que, aunque su ancho no trascendiera los tres metros, denominábamos cancha. El resto del fútbol lo consumíamos en los partidos del fin de semana, algunos en los miércoles de copa o en lo poco, muy poco, que se podía ver por televisión. Ese poco, pero glorioso, era al principio con los domingos del fútbol argentino, que, además, también casi en exclusividad, algunos complementamos con lecturas de El Gráfico y Goles.

Como parto de mi ombligo, no puedo olvidar la enorme atracción futbolística que me provocó aquel Huracán de 1973, que aun más de 50 años después puedo recitar de memoria: Roganti, el uruguayo Nelson Chabay, Buglione, Coco Basile y el Lobo Carrascosa; Miguelito Brindisi, Russo y el Inglés Babington; el Hueso René Housseman, Roque Avallay y Larrosa.

Me sabía los de los cuadros de acá, los de la A y los de la B, pero no tenía ni idea del fútbol europeo más que los cuadros famosos. Con esto quiero explicitar que lo argentino lo vivíamos como nuestro, no por invasión masiva como poscable, que mayoritariamente es cosa de este siglo, ni mucho menos como desde la aparición de internet.

Achicando el pánico

La expresión futbolística de los equipos de Menotti en esos tiempos -Huracán de Parque Patricios, la selección argentina a la que conceptualmente cambió para siempre y hasta el Barcelona de 1983- era tan atrapante y defendible para unos como discutible para otros. Menotti era cosa seria; su fútbol y su posición ante la vida nos cautivaba.

A la vuelta de nuestra calle veíamos pasar a un flaco que se parecía a Menotti, y con la barra desde el murito, como si fuésemos un par de líneas de los sonetos carceleros del Ruso Rossencoff evocando a la muchachada del Tuyutí, lo vivamos al son de ¡Me-nooooo-tti, Me-nooooo-tti!

Cuando la vida me desplazó del murito, pude primero escribir de Menotti y de su fútbol, de Menotti y de sus ideas, de Menotti y de sus clubes, y apenas un par de paredes después, de unos achiques bien tirados, tuve la gracia de entrevistarlo, las más de las veces apurado y garabateando respuestas en una improvisada libreta de hojas dobladas al medio, pero dos o tres veces nos atendió con tiempo, mucho tiempo, para ensayar respuestas, generar ideas y regar convicciones propias para germinar pensamientos en sus interlocutores directos o indirectos. En Los Aromos, donde pasaba buena parte de su tiempo cuando estuvo en Peñarol entre 1990 y 1991, en su casa, o en Buenos Aires, donde a través de amistades en común nos volvió a entregar tiempo e ideas.

Su pensamiento, su acción, sus enseñanzas, su humanismo los tengo bien presentes, y todos los que no son específicos de los desarrollos de una oncena en una cancha los podría regar como viejas semillas. Pero también tengo mis propios recortes de aquella primera entrevista larga junto con Jorge Burgell y Freddy Navarro, y con tiempo entre sus puchos y nuestros mates nos habló de fútbol, de cultura y de fideos como una misma cosa.

Respeto al pueblo

“Es muy posible que todo sea una consecuencia socioeconómica de nuestros días, todo lo que está ligado a la cultura está así y no es casualidad. Es una manera de dominación. Sigue siendo como decía Discépolo. Me parece que no hay ningún respeto por la cultura. Y atención, cuando hablo de cultura no quiero transformarme en ningún pelotudo haciéndome el intelectual, porque cultura son los fideos que hace mi mujer, cultura es un uruguayo tomando mate y cebándolo bien. No es que solamente haya que leer a Borges para tener cultura. Cultura es el buen gusto hacia la calidad, y es importante que la gente defina qué es la calidad. Yo pienso que la definición justa la dio Guevara, que dijo que calidad era el respeto al pueblo. Entonces todo lo que se hace con respeto, con trabajo dentro de un concepto de lo que es la cosa, debe tener una valorización diferente a lo otro. El fútbol ha caído en eso y a mí me asusta. Se puede jugar bien, se puede jugar mal, pero cuando uno ve que hay una premeditación de no dejar jugar es como para amargarse. Esos jugadores tienen un regreso triste a sus casas porque qué les cuentan a sus familias, a sus madres, a sus esposas: ‘Hoy no le dejé tocar una a fulano’. Esto en mi época era ridículo, nosotros decíamos hoy no me la pudieron sacar.

Yo veo que todo lo que pasa por la cultura está jodido, está herido, está tambaleante, pero tengo la certeza de que no morirá jamás porque siempre habrá gente que respete al artesano, al creador, al tipo que quiere una sociedad que sea justa y que tenga buen gusto, si no sería muy desagradable vivir. El fútbol en Uruguay es un hecho cultural auténtico. Por más fuerza en contra que puedan hacer es muy difícil no definir al fútbol uruguayo como un hecho de cultura. Acá está mucho más metido en la casa y en la familia. El fútbol es lugar de expresión cultural, no solamente de los protagonistas, sino de todo el país. La gente va al Centenario casi como una obligación, de la misma forma que antes el tipo tenía que ir una vez por semana al teatro, al cine, a escuchar música, para considerar que estaba cumpliendo con los cánones de la sociedad. Bueno, acá el fútbol es eso. Aunque no vaya a la cancha, el uruguayo tiene que saber de fútbol. No puede ser que un tipo te diga ‘¿quién es Obdulio Varela?’.

En la historia de este país hay dos personajes máximos que son Artigas y Obdulio Varela; son los únicos dos hombres que cualquier tipo, por más ignorante que sea, no puede decir que no los conoce. Eso habla del respeto de la historia. A veces les sirve a algunos para luchar arteramente contra la evolución, pero son una minoría, y yo creo que los países sin historia no sirven para una mierda. En Uruguay hay un profundo respeto por cualquier tipo que haga algo. Eso es en Uruguay y por eso este país tiene futbolistas, tiene músicos, tiene a Benedetti. El uruguayo es un tipo que hace permanentemente, aunque ni se dé cuenta”.

La presentación de aquel largo y riquísimo encuentro registrado en La Hora Popular del 10 de marzo de 1991 decía: “Con este tipo al periodista se le hace imposible. No por lo difícil, por lo fácil. El que se sienta en la máquina de escribir o le pone el off al grabador no puede meter una, porque Menotti, preclaro, exquisito en sus conceptos, se roba toda la escena. Es un star sin ínfulas de estrella. Está arriba, pero siente como los de abajo. Pone pasión, y habla, habla y habla. Y lo más triste para el que desgraba, y lo más feliz para el que lo escucha, es que nada se pierde, todo se disfruta, se comparta o no. Fueron dos horas a la sombra de Los Aromos, donde César expuso su teoría del fútbol, de la vida”.

Gracias, Menotti, lo suyo fue cultura, justicia y respeto al pueblo, y jugaremos para que sus ideas, su obra y su acción no se achiquen y siempre vayan hacia delante.