El subgénero del drama de las enfermedades a veces es narrado tan sombríamente que se siente como una ingrata inmersión en lo miserable y crudo. Pero de vez en cuando aparecen historias contadas de tal forma que iluminan estas condiciones irreversibles con nuevas perspectivas. Es el caso de la chilena La memoria infinita, película documental dirigida por la cineasta y guionista Maite Alberdi, que se llevó el gran premio del jurado en Sundance, ganó el premio Goya 2024 a Mejor película iberoamericana y está nominada a Mejor película documental en los próximos Oscar.

La memoria infinita nos adentra en el matrimonio de Augusto Góngora, diagnosticado con alzhéimer en 2014, y Paulina Urrutia. Ella es actriz de teatro y exministra de Cultura del primer gobierno de Michelle Bachelet, y él, fallecido en 2023, fue un periodista y gran exponente de la cultura chilena: durante la dictadura de Pinochet se dedicó a informar, con la poca libertad que existía, a través de Teleanálisis, un programa de televisión opositor que reflejaba la dura realidad chilena, para, ya en democracia, tener una exitosa carrera en los medios (fue encargado del área cultural de Televisión Nacional de Chile por 20 años).

El conmovedor documental acompaña a la pareja en los últimos años mientras atraviesan la enfermedad de Augusto. Cuando Alberdi les propuso este proyecto, Paulina fue tajante en su negativa, pero Augusto accedió. Los cambios en sus roles fueron significativos: Augusto, después de décadas de haber retratado realidades ajenas, pasa a ser el objeto de estudio. Y Paulina, acostumbrada a encarnar personajes en su profesión de actriz, debió ser ella misma en un lugar tan emocionante como trabajoso.

Paulina es la encargada de recordarle a Augusto quiénes fueron; con una admirable paciencia transita los días en los que la memoria de su esposo ya es finita, le narra su pasado, recorre sus vidas y le arma su puzle familiar. Alberdi hace que su mano de directora sea prácticamente invisible: observa a sus sujetos desde una distancia mesurada y les permite ser narradores de su propia historia sin hablar directamente a la cámara. La película se vuelve un melancólico, tierno y necesario relato sobre una durísima enfermedad y un diario íntimo lleno de complejidad emocional y empatía.

“Sin memoria no hay identidad”, lee Paulina en una dedicatoria que Augusto le escribió al inicio de su noviazgo. Y eso es en esencia La memoria infinita: no sólo una reflexión histórica sobre la identidad de Chile, sino sobre la importancia de construir nuestra individualidad en base a nuestra historia, nuestros recuerdos. El tono está muy alejado de lo dramático y es una grata sorpresa ver cómo los protagonistas atraviesan su realidad, llena de altibajos, con humor e intacta complicidad. Sin dejar de lado la dureza del alzhéimer, hay un día a día que parece ser vivido con la inocencia y el asombro de un niño. La falta de memoria de Augusto, combinada con el gigante amor de Paulina, parece por momentos no ser obstáculo para llevar una linda vida.

El motor de La memoria infinita es la historia de Augusto, pero es también un homenaje a la determinación y el optimismo inquebrantable de Paulina, que guía con un amor único a su marido mientras navega por una creciente neblina, dándole una perspectiva esperanzadora a una enfermedad implacable. Un retrato íntimo, discreto y por momentos desgarrador de una pareja profunda y envidiablemente enamorada que encuentra la forma de vivir dignamente.

La memoria infinita. 85 minutos. En Netflix.