Florencia no había terminado de abrir la puerta del edificio sobre la calle Tristán Narvaja en Montevideo, cuando las patitas delanteras de Salu, en el aire, intentaron avanzar a toda prisa. Era una “fiesta”, como si supiera que, esa tarde, ella iba a ser, casi, el centro de atención de la charla. “¡Despacio!”, le gritó su dueña. Es que hacía mucha fuerza. Se abalanzó hacia mí pero no pude mimarla. “No la acaricies porque tiene puesto el arnés”, me alertó enseguida. Cuando los perros guía lo llevan es que “están trabajando”.

Apenas caminamos unos metros, paramos en los semáforos de 18 de Julio. Florencia le acarició la cabeza a la perra para tranquilizarla. Salu estaba muy inquieta, porque desde hacía un buen rato que no hacía pis. Ella es una “buena perra”, pero como todos los de su especie no distingue colores. Así que ambas esperaron que yo diera la orden para cruzar . ¿Cómo lo hacen cuando van solas? “Cuando llegamos al cordón ella me lo marca; escucho la circulación de autos y me doy cuenta cuándo cambian las luces del semáforo, le ordeno cruzar, y avanza. Si es una calle muy transitada y no estoy segura, espero que alguien me cruce”, explicó.

A los dos años, Florencia sufrió un desprendimiento de retina en el ojo izquierdo. En la escuela le costaba divisar el pizarrón y la televisión la miraba desde muy cerca. A los ocho le sucedió lo mismo en el otro ojo. Fue entonces que “comencé mi carrera quirúrgica”, cuenta en el libro. Cuatro operaciones, la última en Estados Unidos. “Pasé por la baja visión y llegué a la ceguera legal”. Y ésa fue la época en que “empecé a perderme muchas cosas”, como ver la obra del Sapo Ruperto que preparaba con sus compañeros de tercer año. Los cuentos de Roy Berocay acompañaron su infancia. Cuatro años después llegó el bastón, que “es la prolongación del sentido del tacto; permite distinguir el tipo de suelo, desniveles, objetos, paredes, etcétera”. Y Salu -o Peluda, como la suele llamar-, es más que su perro guía, adiestrado para dar sus servicios a su usuario. Es su compañera, sus ojos y es como una “hija”, dice Florencia, mientras el hocico olfatea cuanto banco haya en la peatonal Emilio Frugoni.

Florencia fue una de las tres personas con discapacidad visual que viajó a España el 29 de febrero de 2012 para mejorar su calidad de vida, gracias a la Fundación de Apoyo y Promoción del Perro de Asistencia (Fundapass). “Si una está convencida de sus objetivos, no hay ceguera que impida lograrlos”, resalta en las páginas. “En el avión pensaba cómo iba a hacer para confiar en cuatro patas peludas, porque era muy raro pasar de un palo -que no tiene vida- a un perro”.

Los puntos sobre las íes

Con el tiempo “tuve que aceptar que no todas las personas están abiertas a entender la ceguera, ni tampoco saben de mecanismos para ayudarnos”. En el papel y la tinta recuerda: “En un recreo de secundaria una chica se me acercó a preguntarme: ‘¿Qué es ese palo?’. Era el bastón. Su reacción fue: ‘¿Y qué hacés acá?’. Nunca había imaginado que los ciegos estudiaban”.

Hace poco más de un año entró a un local de venta de vestimenta con Salu y una amiga. Era el cumpleaños de su hermana y quería regalarle algo. Al llegar a la mitad del amplio comercio, una empleada se les acercó para decirles que no podían ingresar con el perro. Sin pestañear, Florencia sacó de uno de sus bolsillos un papel impreso con el artículo 80 de la Ley 18.651, que establece que las personas con discapacidad que usen animales adiestrados para desplazarse podrán ingresarlos a todos los lugares abiertos al público. Finalmente y luego de explicarle a la encargada, la amiga pudo mirar la ropa para describírsela, mientras Salu descansaba en el piso a su lado, sin molestar.

“¿Por qué algunas personas piensan que los ciegos no pueden realizar ciertas tareas?”. Estas personas “pueden ser perfectamente autónomas, tener hijos, formar una familia y lograr sus objetivos como padres, mujer, hombre, profesional, etcétera”, recalca, entre otros de los tantos derechos que tienen y que, sin embargo, la sociedad, en general, no toma en cuenta.

“La discriminación es uno de los elementos que más determina el no acceso a los derechos”, dijo a la diaria Patricia Gainza, responsable de la División de Políticas Transversales de la Dirección Nacional de Políticas Sociales del Mides. Además “el desconocimiento” de las leyes es “una constante muy grave”. A eso apunta la publicación, porque “hemos tenido un Estado que ha incumplido con su obligación de garantizarlos”.

Y junto a la desinformación, para la funcionaria del Mides, el miedo siempre está presente en todos los casos de discriminación, “a inmigrantes, afrodescendientes o personas con discapacidad”, sostuvo. “No me puedo poner en el lugar del otro porque me da miedo, porque desconozco, y probablemente, haya personas a quienes no les interese, pero siempre con el miedo como trasfondo, de lo contrario, ¿por qué no entendería a otro ser humano?”, cuestionó.

El libro, además de leyes que amparan a las personas con discapacidad, contiene recomendaciones sobre cómo actuar frente a un ciego: “Somos personas; que no veamos no quiere decir que no escuchemos; no intentes agarrar nuestro bastón o el arnés del perro, a través de ellos sabemos lo que pisamos; no nos molesta que uses los verbos ver y mirar, nosotros también los usamos […]”.

A pesar de la discriminación social, Gainza y Florencia opinan que el tema está más en el tapete y no pasa tan desapercibido como antes. Y si bien existen aún obstáculos en la accesibilidad, como el escaso espacio con que los perros guía cuentan en el transporte colectivo, se han logrado varios avances. Uno de ellos y quizás el más importante, es el acceso en el ámbito laboral que expresa el artículo 49 de la mencionada ley, que obliga a todos los organismos del Estado a ocupar personas con discapacidad que “reúnan condiciones de idoneidad para el cargo en una proporción mínima no inferior al 4% de sus vacantes”. Florencia trabaja desde hace cerca de un año como administrativa en UTE, donde entró por concurso.

Pase, que no molesta

Fundapass corredactó algunos artículos en defensa de quienes padecen ceguera, como el segundo de la Ley 18.471, primera que menciona el uso del perro de asistencia y se refiere al bienestar animal. “La intención era presentarle a la sociedad el perro guía para que se diera cuenta no sólo del servicio invalorable que cumplen estos animales para con los ciegos, sino que pueden circular libremente sin impedimento para nadie”, señaló en diálogo con la diaria el presidente de dicha institución, Alberto Calcagno, también ciego. De las cerca de 58.000 personas que padecen discapacidad visual severa y más de 4.000 personas ciegas en Uruguay, según Calcagno, sólo cinco tienen perro guía. “Con esta convivencia estamos demostrando que el perro no es molestia, ni es perjudicial para nadie, y para nosotros es una ayuda incalculable”, recalcó.

Calcagno explicó que al seleccionar a estos perros se los tiene “a prueba de todo” y que poseen un carácter y un temperamento “de tal bondad” que “se le puede agredir groseramente, yendo al absurdo, que no va a reaccionar para defenderse ni va a atacar a nadie, porque es totalmente inofensivo”. Por eso la gente no debe tenerles miedo.

Fundapass está generando un proyecto para crear una escuela en Uruguay de perros de asistencia. Su presidente contó que tienen las “futuras madres”. A principio de 2014 darán a luz los primeros cachorros, que tendrán un año de sociabilización y luego un período mínimo de adiestramiento de 18 meses. “Y estamos a la espera de recibir un lugar donde va a funcionar la escuela”, para lo que se están recaudando fondos.

El perro guía no es para cualquier persona con discapacidad visual. Para aspirar a tener uno, el ciego, afirmó Calcagno, debe dominar “perfectamente” el bastón y tener una rehabilitación en orientación y movilidad”. Florencia la hizo durante su adolescencia, en el Centro de Rehabilitación Tiburcio Cachón.

Acostumbrarse a Salu fue “toda una aventura” y “un conocimiento constante” porque “hasta hoy sale con cada cosa que tengo que estar atenta para saber qué quiere decirme”. Ésa es la tarea más ardua: interpretarla. “A veces tiene actitudes de protección o susto similares: pegarse a mi pierna, correrme y no dejarme pasar; puede ser porque no quiere pasar por cierto lugar porque le da miedo o porque me está protegiendo de un pozo o de un objeto”.

La relación entre ambas es como cualquier relación humana, o mejor aun. Cuando Florencia está triste, Salu también. “Me observa todo el tiempo, adónde voy, dónde estoy, de dónde vengo. “¿Verdad?”, le dice con otro mimo en la cabeza, mientras Salu está sentada a sus pies. Y por si fuera poco, es como su espejo: “No se parece más a mí porque no le da el tiempo”, especialmente por lo “sociable” y “lo terca”.

Hace mucho calor y ambas lo sienten. Están muy cansadas. Florencia de tanto trabajo, y Salu, de ladrarle a las palomas, por lo que quedó de lengua afuera.