Sara Guzmán tiene 33 años. Le gusta meter goles y quitarse años. Dice 32 porque se olvidó que ya cumplió 33. Pero es que en realidad no le encajaría ninguna de las series, películas y libros de chicas con crisis de 30 porque no encuentra novio para presentarles a sus padres en Navidad. La crisis de los 30 también son los estereotipos de crisis que impone lo que a las personas disidentes con la femineidad mostrada en falta les falta. A Sara le faltó la igualdad que reparte con su sonrisa y que ejercita a pura táctica. Le sobran pasión y agallas, dos fortalezas del fútbol, que juega en una cancha improvisada, bajo un sol arrasador, con una tormenta de agua que se llueve en el propio cuerpo y unas ganas que se contagian entre las que juegan, las que salen para que otras entren y las que se calzan, en una temperatura que sólo da ganas de tirarse al mar, de abanicarse o desnudarse, chalecos flúo para reconocerse en un equipo improvisado.

Unas corren y otras transpiran. Unas esperan una pelota que soplan para que no lleguen y otras empujan para que se cuelen. Unas quitan y otras pasan. Unas comparten y todas la miran. El fútbol feminista es acción pura de las que siempre se movieron y de las que se mueven por primera vez. No es silencio, sino grito, concentración y alivio. Festejo y reposición. Fortaleza y fuerza. Reinvención y aprendizaje. Saber colocar el pie y caer al pasto desde donde se levanta el tiempo hasta que la tierra vuelve a convertirse en piso y la pelota en pisada. El futbol feminista -y, por sobre todo, las futbolistas- avanzan.

Sara es una de las jugadoras e impulsoras del primer partido de fútbol oficial en el 15° Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe (Eflac) que se realizó en El Salvador, del 22 al 24 de noviembre de 2023. La pregunta central del encuentro fue la necesidad de construir esperanza. Y la esperanza no se construye (sólo) con palabras, mucho menos con postureos o declamaciones vaciadas frente a la ola de violencia, represión, conflicto, neofascismo y regresión que afecta al mundo y, particularmente, a los feminismos. Pero tampoco con frustraciones o con la inmovilidad que genera el avance de gobiernos autoritarios y extremas derechas. La idea de un activismo que se inmola se deshace porque no hay tiempo, cuerpo y salud mental que aguante. La idea en cambio de que el feminismo no sea sólo una idea, sino una práctica, un partido, una estrategia, un desahogo, una meta y un juego alivia, energiza y pone al arco como un lugar donde defender los derechos conseguidos y al campo contrario como un lugar que todavía se puede avanzar para lograr nuevos triunfos.

El cuerpo no sólo hay que ponerlo, hay que disfrutarlo. Al cuerpo no sólo hay que gritarle la bronca, hay que patearla. Al cuerpo no sólo hay que pedirle resistencia, hay que volverlo resistente. Al cuerpo no sólo hay que decirle que no le importe la mirada ajena, hay que sudarla. Al cuerpo no sólo hay que encargarle resiliencia, hay que enseñarle a levantarse de una caída. Al cuerpo no sólo hay que programarlo para el disfrute, hay que chocarle las manos en un triunfo. Al cuerpo no sólo hay que encaminarlo después de una frustración, hay que formarlo después de una derrota. Al cuerpo hay que hacerlo volar cuando llega una pelota hasta donde no se pensaba que se podía saltar, patear con una fuerza desconocida, entrenar con un aliento al que le faltaba el oxígeno y sentir que el aire se renueva en cada rodilla que se levanta para que ruede una pelota que ya no es, ya no más, un sinónimo masculino.

En el 15° Eflac se jugó al fútbol, por primera vez, de forma oficial. Eso quiere decir que el fútbol –igual que la fiesta– no es canaleta de lo importante, sino que es parte de una agenda no escrita, sino transpirada, pero no sólo no menos importante, sino tal vez más importante que lo que se dice, lo que se pone en juego cuando se juega como una forma de acción. En ronda, entre aplausos y cantos, se presentaron las chicas de la Fundación Golees; La Nuestra Fútbol Feminista (de Argentina); la Asociación de Mujeres Ixchel (El Salvador), Otrans (Guatemala) y todas las futboleras sueltas que se sumaron al potrero diverso.

La Fundación Golees nació en 2019, en Costa Rica, como una iniciativa de la española Carme Salleras, creadora y directora ejecutiva, para promover la igualdad desde el fútbol. Sara es parte de Golees desde hace cuatro años. “Tengo mucha fiebre, pero fiebre de jugada”, dice y despierta la risa, con sus ganas que se le salen de la vaina, sin quietud, sino con ansias. “Qué lindo son los espacios de ocio”, rescata, y balancea: “Hay que meter la mente en muchos temas difíciles y controvertidos, y hay que tener espacios lúdicos para sacar fuercita y ser cada vez más potentes”.

¿Cómo empieza la Fundación Golees?

La fundación empieza en 2019, como un proyecto de Carme Salleras, que, para su tesis, va a una comunidad y decide hacer algo por La Carpio, que es un barrio popular o un asentamiento urbano de San José de Costa Rica. Ella hace una convocatoria pública en la que se juntaron a pasar diferentes proyectos en digital para que llegáramos a una reunión. Yo me intereso y de ahí empiezo a soñar un poco más con el proyecto. Así empieza la fundación, que trabaja con niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres, desde los diez años hasta los 60. En La Carpio fue nuestra primera comunidad y en esa tenemos dos grupos ya establecidos, con 60 chicas, y trabajamos bajo dos ejes: uno es el deportivo y el otro es el psicosocial. Las chicas llegan a una primera hora a hacer entrenamiento de fútbol, técnico, táctico y valores del fútbol, y el eje que es psicosocial trabajamos desde una forma lúdica o de talleres, pero con temáticas que nos rodean a las mujeres de la comunidad: violencia de género, derechos sexuales y reproductivos y menstruación.

¿Cuáles son los problemas que les llevan las chicas?

A veces llegan con temáticas fuertes, por ejemplo, el impacto de la basura y del agua o la violencia en su casa. Las chicas se abren espacios entre ellas mismas y eso es bonito porque tenemos mayoritariamente en La Carpio el grupo de 15 años, que son más de 30, que vos las sentís muy sororas y que entre todas se ayudan. Entonces el espacio psicosocial y el deportivo han ayudado a consolidar mucho la amistad y la sororidad que existe entre mujeres y que, poco a poco, logra que se vayan viendo sus liderazgos y que se ayuden a cambiar la vida desde la cancha a la comunidad y, también, en sus escuelas y en sus colegios. Luego de dos años de poner la fundación en La Carpio, decidimos, por medio de un proyecto y por una necesidad del territorio indígena Cabécar Talamanca, abrir otro grupo. Los líderes comunitarios indígenas nos buscan porque dicen que hay una problemática de adolescentes y nos expresan sus necesidades. Entonces, entramos y nos trasladamos siete horas, desde San José, hasta territorio indígena para hacer entrenamientos deportivos.

¿El fútbol previene el embarazo adolescente o les da a las que ya son madres la posibilidad de sentir que pueden no ser sólo madres?

Una quisiera decir que de todas las chicas que una tiene a cargo y que comenzaron el proyecto, ninguna quedó embarazada, pero, desgraciadamente, eso es complejo, porque una no puede tapar el sol con el dedo, sino que el entorno en sí hace difícil el trabajo de las organizaciones.

No se trata sólo de evitar el embarazo adolescente, sino de dar la posibilidad de jugar y ampliar la expectativa de vida más allá de la maternidad, ¿no?

Sí, totalmente. En este proyecto entrenamos con adolescentes. Y, aun así, siendo adolescentes, muchas de ellas quedaron embarazadas. Y siempre están, nunca dejan de ser parte. Hay que reestructurar cosas, por ejemplo, cuidar el colectivo.

¿Cómo se cuida a las hijas e hijos de las madres adolescentes para que puedan seguir jugando?

Lo importante es el cuidado para que ellas puedan jugar. Pero, en el caso de La Carpio, hay desde niñas hasta mujeres adultas de 60 años. Y se convirtieron las niñas jugando, la mamá entrenando también, o, por ejemplo, llegan unas que tienen que cuidar a sus hermanitos, entonces esa parte también la tenemos bastante arraigada en la fundación. Siempre hay que pensar no solamente en la que juega, sino también en su familia.

¿Cuándo empezaste a jugar al futbol?

Desde pequeña.

¿Cómo fue tu historia con el fútbol para jugar desde pequeña? ¿Era aceptado o implicó rebelarte?

Fue una lucha con mis papás, con mi mamá y con mi familia. Me negaron los espacios cuando le conté a mi mamá. Yo vivía en un contexto evangélico cristiano, que era un ámbito muy pesado porque iba a la iglesia, era bañada en aguas.

¿Te ponían pollerita?

Sí. Entonces fue una lucha como con cualquier familia ortodoxa cristiana evangélica.

¿Y vos qué sentías? ¿No querías ser el modelo de niña típico y querías jugar a la pelota?

Siempre andaba en enagua y sabía que nada más me quitaba la falda me iba a jugar. Pero poco a poco entendieron. Sin embargo, me quitaron muchas oportunidades de jugar al fútbol profesional. Una vez me habían invitado para ser parte de un equipo, en Alajuelita, y por un golpe que me dieron en la cara ahí decidieron que no.

¿Cómo fue la participación en el Encuentro Feminista en El Salvador?

Fue la primera vez que vinimos al Eflac tanto de manera individual como a nivel de organización. Pero además de eso nos convocó la Asociación de Mujeres Ixchel que invitó a una de nuestras compañeras [Shirley Barrantes]. Mientras que estuvimos participando en el encuentro de experiencias de fútbol feminista que se hizo con La Nuestra y con Jóvenes por el Cambio (JxC), de Guatemala. Esas tres organizaciones tuvimos un preencuentro para traer todo esto al Eflac y poder poner también al fútbol en una zona política, porque pasan muchas problemáticas por el fútbol de las mujeres y de personas disidentes.

¿Y qué sentiste que haya sido la primera vez que se juega al fútbol en un encuentro como una actividad oficial?

Me puse muy contenta, muy feliz. Me sentí muy orgullosa. Creo que es como cuando se va creando algo nuevo o haces algo nuevo. Espero que eso lo podamos de verdad poner en la agenda ya establecida, porque ahorita está empezando el fútbol de manera política porque es el primer deporte que tenemos más consciente. Sin embargo, esto puede escalar a toda la parte deportiva e involucrar a las mujeres y personas disidentes también. ¿Qué pasa con las personas disidentes? ¿Cuál es su lugar en la cancha? ¿Cuál es el lugar para jugar? Entonces creo que esto es el principio de todo lo que son los juegos, la recreación y el presupuesto del gobierno para que haya deporte. El deporte es político, pero ahorita hacemos un encuentro de fútbol porque es el que mueve y nos apasiona. Jugar es riquísimo.

Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.